Adolfo Rubinstein integrante del gabinete de Macri explica que una de sus obsesiones es terminar con la epidemia de la obesidad.
"Es más efectivo desde lo sanitario que cuanta más
azúcar tenga la bebida, más impuesto pague" dijo Rubinstein, que desde
hace tres días ocupa el súper despacho del segundo piso del Ministerio de
Salud, tiene dos preocupaciones. La más importante, terminar con la epidemia de
obesidad que aumentó un 40% en ocho años, particularmente en chicos. La otra,
que alguien restaure la monumental obra de Quinquela Martín que adorna su
oficina con visibles signos de deterioro.
Egresado de Medicina de la UBA en 1982 y tras una larga
carrera en la práctica e investigación médica, el martes juró como ministro, en
reemplazo de Jorge Lemus. Luce sencillo desde los pies. Lleva unos zapatos
marrones casi tan deteriorados como el Quinquela, que parecen haber sido usados
para otra de sus pasiones, el trekking. De su solapa cuelga una linda
escarapela metálica, aunque en el corazón lleva los colores rojo y blanco,
fanático de River y radical. Una de las pocas fotos que exhibe es la del día de
su casamiento, muy joven, con su mujer y el entonces presidente de la Nación,
Raúl Alfonsín
Dice que sus principales objetivos son “acercar la salud a
la gente, cerrar las brechas de inequidad entre distritos en la atención de
enfermedades graves como el cáncer, y trabajar fuertemente en la prevención”.
Tenemos el mayor consumo de bebidas azucaradas per cápita
del mundo. Un chico de 12 años consume todo el azúcar que la generación
anterior consumía a lo largo de toda la vida. Esto se relaciona con la
obesidad, la diabetes, la enfermedad cardíaca y algunos tipos de cáncer explicó
el ministro.
– ¿Cree que el aumento del impuesto a las bebidas azucaradas
va a bajar el consumo?
-Cuando sube el precio en bienes que no son primarios ni
necesarios, disminuye el consumo. Pasa con el tabaco y con las bebidas
azucaradas. Aumentás 10 por ciento el precio y se reduce entre 10 y 12% el
consumo. Esto se ha hecho en México. Y ya se ve una reducción importante del
consumo.
– Algunos especialistas recomiendan que el impuesto suba a
medida que se eleva el nivel de azúcar de la bebida, en vez de establecer un corte
único en determinado nivel.
-Es un buen punto. En realidad hoy, hasta donde se está
trabajando, es un impuesto ad valorem: un porcentaje del precio, que pasa del 8
al 17%. La otra política, que es más efectiva, es la que aplicó México, que es
un peso por cada litro de azúcar. Cuánto más azúcar tiene la bebida, más
impuesto paga. Desde el punto de vista sanitario es más efectivo, pero hay que
empezar de alguna manera. Y es una excelente medida, un camino que comienza.
– ¿Y si en vez de dejar de comprar la bebida azucarada, por
precio, el consumidor pasa a una segunda marca?
-Es un tema, una posibilidad. Pero la política fiscal no es
la única herramienta. También hay que trabajar en el etiquetado frontal con
advertencias sanitarias, donde dice ‘esto tiene mucha grasa, mucha sal o muchas
calorías’. Fue un modelo exitoso en Chile y se está por aplicar en Uruguay.
Brasil lo está considerando. Esto da señales muy fuertes al consumidor y
también a la industria para reformular sus alimentos. Ya lo estamos discutiendo
con muchos sectores y a nivel del Mercosur. Por otro, lado hay que promover los
entornos escolares saludables, transformar los ambientes obesogénicos. Y
trabajar en las políticas de publicidad y marketing.
Fuente: Clarín